Columna escrita por Miguel del Río
El mundo está roto y, si no es así, lo parece. Hay conflictos bélicos por doquier. Procesos independentistas en Europa que, por su pasado, han sido siempre motivo de perdiciones mayores por los enfrentamientos entre vecinos. La UE no va. Rusia vuelve a ser la de antes. Estados Unidos está obseso con los yihadistas. La pregunta sobre China es: ¿durante cuánto tiempo más va a poder contener el deseo de cambios internos de una población tan numerosa que da miedo sólo con pensarlo? La crisis económica es pertinaz como ella sola. La voracidad de los ricos no tiene freno. El mal ejemplo de los bancos ha dejado una huella que genera rabia. El paro es el pan nuestro de cada día, y el real, sigo con el pan, escasea cada vez más entre las familias. Aumenta el hambre en todas partes, ¡ojo a esto!
No acaba aquí. La juventud tiene sus ánimos muy tocados. Los parados de larga duración mucho más. Los presupuestos internacionales que se dedican realmente a los problemas que demandan soluciones urgentes son de chiste. Lo militar precede a lo humanitario, lo sanitario, lo educativo, lo social, lo cultural, lo científico y los avances en la cura de las enfermedades que más nos preocupan. África no aguanta un año más. El ébola se la come ahora. El mundo tiene tocados sus valores. Aumentan las ansiedades y los problemas nerviosos, porque no es nada fácil hallar la felicidad, la normalidad, ver presente y sobre todo futuro. Ni están ni se espera a los gobiernos y su obligación de dar soluciones, porque lo cierto es que la apariencia del mundo es que está roto.