Columna escrita por Nando Collado
Entre Diego y Monago hay algunas diferencias: el presidente extremeño piensa que su marca es superior a la del PP, en tanto que el cántabro no es nadie sin la gaviota. Don José Antonio, el de los viajes a Canarias, se presenta ante los electores con un rap juvenil que destaca por muchas cosas, pero hay una por encima de cualquier apreciación: la persona por encima del partido (un puntapié, por cierto, a lo que dijo Rajoy en la última junta directiva del PP).
Don Nacho, una vez solventados sus problemas con el spa, tiene que agarrarse sin embargo a las plumas del Partido Popular como a un clavo ardiendo. No representa a nadie sin el nido PP. Y si no, que haga la prueba. Qué miedo.
Monago se proyecta como rapero (véanlo en internet), echa un pulso a su manera a los altos mandos del partido y se pone a sí mismo como ariete electoral. Arrojo no le falta. Frente a ello tenemos a Diego: ni una palabra que incomode a Rajoy, porque sabe que su futuro depende de no perturbar, de pelotear, de situarse como mucho en la equidistancia. Y, si hay duda, cerca de su líder. Prefiero a Feijóo o a Rudi: sus gestos, su retórica son inequívocos. Lo del jefe de la derecha cántabra es otra historia: un vals cuando danza en Génova y heavy duro si se trata de platicar con los obreros de Sniace o con los discrepantes de la sanidad.
Pero qué tipo de metal interpreta Diego. ¿La guitarra sugerente de Michael Schenker, la contundencia de Randy Rhoads, la sutileza de Brian May o la elegancia de Eddie Van Halen? Ninguno. Simplemente dependerá de quién organice el concierto. Malo para el público, malo para el organizador y malo para la credibilidad de su grupo. Los palmeros pueden aplaudir cuanto quieran. El festival de la mentira ha acabado.