Columna escrita por José Ángel San Martín
Todo es dual. El mundo se divide siempre en dos: los que tienen tiempo para todo y los que no tienen tiempo para nada. Los que citan a Steve Jobs en sus discursos y los que no le citan. Los que participan en alguna tertulia radiofónica o televisiva y los que no participan. El folio en blanco es sagrado y no merece la pena mancharlo si no es para mejorarlo. El silencio es hermoso y no merece la pena interrumpirlo si no es para enriquecerlo. Juan Cueto nos recordaba siempre que algunas películas interrumpían fantásticos anuncios de televisión. Tan astuto, tan genial.
Hablar por hablar es gratuito, sencillo y adictivo. Hacer tertulia es un oficio sin aparente beneficio. Exceptuados los tertulianos de televisión, que son esos conspícuos invitados que atienden maleducadamente su mensajería virtual, “googlean” o tuitean fruslerías mientras hablan los demás. Fea plástica la de esos oráculos a sueldo que solo miran a cámara cuando hablan ellos y se van de excursión táctil mientras interviene el resto.
La radio es distinta. Las excursiones son de ida y vuelta según la imaginación de cada oyente. Recrear lo que se escucha es tan libre como el fútbol de Messi. Las tertulias ni se guionizan, ni se balizan, ni se acotan. La libertad de expresión es tan importante que merecen disculparse por igual sus excesos y sus defectos. También sus afectos.
Discurren por caminos, no solo ni asfaltados ni señalizados, sino también inexplorados. Cada una tiene vida propia y no admite comparación con la anterior ni se parecerá a la siguiente. Tienen altura de pivot.
Todo lo cual viene a cuento de las tertulias que cada sábado dirige en Radio Santander Alfonso Pérez entre las doce y media y la una de la tarde. Excelentes. Tan oídas como reproducidas y, por supuesto, recreadas. Son los riesgos del directo. Merece la pena correrlos.