Columna escrita por Miguel del Río
“Café para todos” es una manera muy española de contentar a muchos, pero también de cabrearles, en vez de dirigirte en exclusiva a quien incumple una determinada normativa. Nunca pude imaginar que, pese a estar correctamente asegurado, una colisión entre vehículos, sin mayores consecuencias, pudiera acarrear auténticos quebraderos de cabeza, por la forma de actuar que tienen hoy las grandes compañías aseguradoras, bastante distanciadas del cliente, sus derechos y necesidades reales. Recuerdo como antaño (no hace tanto tiempo) las partes en un accidente se cruzaban los datos y los seguros, y con el acuerdo previo sobre quién había tenido la culpa, de nada más tenías que preocuparte. Hoy ya no es así.
Y depende de quien dé explicaciones para encontrarte con argumentos que van desde que ha habido un auténtico abuso en las reclamaciones a las compañías aseguradoras, pero también que muchas veces son ellas las que se niegan a reconocer y abonar lo que es obvio. Ante semejante situación, somos todos los que pagamos el pato de una nueva forma de hacer que deja mucho que desear. Está también el hecho de ponerte en contacto con tu aseguradora mediante uno de esos números 900. Contesta una voz automatizada que te pregunta de todo, para terminar por no resolverte nada. La crisis económica ha dejado demasiadas secuelas en sectores, como el de los seguros, donde es necesario recuperar el trato personal que antes había con los asegurados. Hay que escuchar al cliente como se merece, y no solo pretender de él que pague religiosamente los recibos que le son girados por las prestaciones, cada vez menos, que recibe. Coches, seguro y jóvenes, esa es otra. No es asumible que en un país como España exista el patrón de venta de automóviles como referencia de que la economía va bien, y, a cambio, todo sean obstáculos y problemas para la compra de coches, motos, furgonetas o camiones. Al parecer, ahora estamos más con la regulación de patinetes y bicicletas por las ciudades, un detalle surrealista que ahonda más si cabe en la gran desorientación que padecemos. Un vehículo ha de tener seguro, mantenimiento, combustible, impuesto de circulación y pago por aparcar en las ciudades o atravesar determinadas carreteras que las unen. Con tanto follón, lo menos que se puede pedir es que los conductores reciban buenos servicios y atención en relación a lo mucho que pagan, empezando por los seguros.