Columna escrita por Miguel del Río
En las tertulias que mantengo a diario con buenos amigos, trato de exponerles que la falta de cordura actual que hay en España es una tónica general a nivel global. La humanidad funcionamos ahora como perdida, sin un rumbo claro, y todo son trifulcas, bien sean políticas, nacionalistas, comerciales o a pie de calle. Solo hay que hacer un seguimiento de los sucesos que acontecen a diario, aquí y fuera de aquí, para reforzar aún más esto que planteo.
La grave crisis económica, o nos dejó muy tocados o muy rencorosos, porque de lo contrario no se entiende que se hable de una etapa de cierta estabilidad, y todo sean pleitos y confrontaciones. La concordia mundial que se respiraba sobre todo al final del siglo XX ha dado paso a un individualismo tenebroso, capitaneado especialmente por las grandes potencias de siempre como Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, a la que hay que sumar, por poder y dinero, a China. Al hablar con tanta insistencia como se hace hoy de guerras comerciales, se da alas en todo el planeta a que países que antes gozaban de estabilidad y sosiego, caso de España aunque se extiende a toda la Unión Europea, se encuentren inmersos en una gran incertidumbre y, por qué no decirlo, depresión de identidad. A ello también contribuye que cada día nos desayunamos con algún titular de algún personaje famoso que, queriendo poner quizás cordura, termina por soltar alguna parida donde todo es malo, pésimo o apocalíptico. Escribo en este periódico muy a gusto, pero entiendo a esos ciudadanos que cada vez se desconectan más de la información con un pensamiento totalmente asumible como es el de “¡para lo que hay que leer!”. El mundo muere de éxito. No somos felices con lo que somos y lo que tenemos. No nos mostramos agradecidos a levantarnos a diario y ver la luz del sol. Siempre hemos tenido problemas y los seguiremos teniendo. Pero ha de haber, y no lo veo por ningún lado, voluntad común de querer ponerse de acuerdo, de hablar y estrecharse la mano. Nada, ni siquiera el diálogo, se consigue sin trabajo, y por eso no atino, ni yo ni nadie, a saber lo que viene, lo que nos depara nuestro deleznable comportamiento actual, desgraciadamente de carácter amplio y general, porque nadie se salva.