Columna escrita por Miguel del Río
Si empiezo hablándoles de la Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad, me da que no les va a sonar mucho. Suben las expectativas de un mayor conocimiento ciudadano con su abreviatura, la EBAU. Pero, desde luego, del término que más nos acordamos (y que muchos medios siguen utilizándolo en sus titulares) es el de la Selectividad. Son por lo tanto días de muchos nervios y ansiedades para estudiantes, padres y demás familiares, que quieren iniciar unos estudios universitarios, que les encamine a lo que pretenden dedicarse profesionalmente el día de mañana.
Como quiera que este es un país donde ninguna cuestión contenta por igual a todos, no iba a ser menos el modo y tipo de exámenes que se exige a nuestros estudiantes para pasar este trago académico. Hace meses que no lo escribo, pero si España necesita algo como el comer es un gran pacto nacional sobre educación, donde estudios, pruebas, competencias, calendarios y exigencias queden absolutamente claras, y que valga lo mismo para Santander que para Cádiz. Como tantas otras polémicas crónicas que nos molestan, hoy nos encontramos con 17 tipos de exámenes, por supuesto diferentes, al igual que los criterios aplicados a la hora de plantearlos y puntuarlos. Al final, también hay que decirlo, los miedos antes las pruebas se ven recompensados con unos resultados óptimos para los que aspiran a realizar estudios superiores. Introduzco este hecho porque en 2018 aprobaron el examen de Selectividad (yo prefiero llamarlo también así) el 93,29 por ciento de los presentados a la convocatoria de junio, y bajo la cifra hasta un 75,4 por ciento en la convocatoria extraordinaria. Son datos generales, pero no hay año en que no surjan conflictos en diferentes comunidades autónomas por los exámenes elegidos, su dificultad, como ha sucedido por ejemplo con la prueba de matemáticas en Valencia. Aquí no se discute que hay regiones con singularidades específicas, porque con los dos años que llevamos los españoles con el tema de Cataluña, no se le escapa a nadie. Pero el fuerte de un país es su educación, y la nuestra da muestras de descoordinación, desgaste de los auténticos profesionales que son los profesores, a quienes habría que escuchar más en todos los niveles de la enseñanza, ya que ellos son los que imparten los conocimientos, y ven la manera deficiente en que se pueden estar planteando estudios, con lagunas o errores concretos que convendría zanjar de una vez por todas. Y en este caso también se encuentra la EBAU de mi corazón y nervios.