Se corresponde con la estirpe del exiliado genético, que salió el pasado sábado de España para no volver. Su desaparición coincide con la aparición de estruendosas corruptelas acerca de negocios innombrables, amantes nombrables e inversiones de supercomisionista. En pleno reinado del wasap decidió escribirle una carta al rey Felipe, sin revelar las razones reales de su marcha por la puerta de atrás del palacio de la Zarzuela.
Ni zarzuela ni opereta, acaso vodevil. Juan Carlos protagoniza un vergonzoso viaje a ninguna parte ante una opinión pública estupefacta. Se exilia en Agosto, se marcha a gusto y provoca el gran disgusto.
Pero el teatrillo no ha finalizado. Embriagado de autoridad, el monarca desautorizado por su propio hijo se permite ocultar el lindo destino donde reposan sus operados huesos. Sea monarquía o república, incluso dictadura de entretiempo, no teman por su futuro. Con la calderilla que atesora en su regio monedero vivirían cien años a capricho todos los pensionistas de Cabuerniga.
España se contagia irremediablemente del Covid-19 y del neorepoblicanismo. Ser borbón ya no es ninguna virtud tras tanto defecto coleccionado. Los jóvenes acostumbrados a elegir hasta a su delegado de curso no entienden por qué los reyes vienen puestos por la constitución, impuestos por un olvidado dictador apellidado Franco y cobran tan generosamente de los Presupuestos del Estado. Cosas de la democracia imperfecta, perfectamente asumidas por la muchachada.
El Juan Carlos doliente que antes mataba elefantes es ahora un inexplicable Juan Carlos silente. Guarda un silencio impropio, una discreción injustificable y el secreto a voces de su nuevo palacio. Tiene las mismas posibilidades de ser condenado por la Justicia que el Vimenor de ganar su Copa del Rey.
Felipe VI inicia sus vacaciones en Mariven. Y su papá no termina de decirnos donde está. El artífice de la Transición se nos convirtió en el mago de la transacción.Y, a día de hoy, sigue desaparecido.
@JAngelSanMartin