Pero no parece sencillo, a tenor del contenido presupuestario, la duración que se prevé para el documento económico (legislatura) y lo vivales que han resultado ser (porque se lo permiten) los actores refugiados en el interior del gran lagarto. Quieren implosionarlo, acabar con el Régimen del 78 y alumbrar una nueva España troceada (una ‘Sinespaña’ ) que nadie sabe a lo que conduce. Un juego de poder que allá donde se ha intentado y/o aplicado siempre parió más sombras que luces, años de regresión, pobreza en muchos casos y laminación de la clase media, sustituida por una rica oligarquía dirigente a la cabeza, con el apoyo de burócratas barrigudos y capitalistas adosados (los otros siempre se largan), un gran agujero insalubre en el centro y mucha gente para trabajar al servicio de las nuevas naciones, gente a merced del plato subvencionado, la involución y la pobreza extrema.
Ése es el riesgo, por mucho que lo vistan de bondad, libertad y fraternidad. Un sistema en el que dormirán la siesta de maravilla los nuevos y voraces próceres gobernantes y sus allegados. Del resto, poco se dice: han colocado un hueso a la puerta de sus casas a ver si lo muerden y guardan un poco para el final de la semana. A la postre no es más que una profunda insolidaridad con las regiones (entre ellas Cantabria) que quedarían fuera de ese mundo feliz que se augura para comunidades ricas que lo son por la gestión de España en los últimos cuarenta años. La solidaridad interterritorial, base de cualquier estado democrático, pasada por la ingle. ¡Eso no puede pasar aquí!, responden tiernecillos estadistas. Pregunten en otros sitios.
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