Columna escrita por Miguel del Río
Cuando los aplausos a los sanitarios del marzo en que se anunció oficialmente de la llegada a España del Covid, nos dieron por ello las gracias, pero no dejaron de repetir que lo de salir al balcón cada tarde no podía sustituir en absoluto a su mayor deseo: hacerles caso y cuidarnos. El desarrollo del coronavirus en el mundo está poniendo de manifiesto la extrema dificultad que mostramos para seguir las recomendaciones sanitarias, ahora en formato SOS, tan instalados como estamos en una sociedad de consumo, ocio y desplazamientos.
A nuestro comportamiento y costumbres habituales, hay que sumar la libertad individual que a cada cual le lleva a hacer las cosas, bien, mal o pasando directamente. Desde luego, y en esto del Covid-19, así nos va de mal. Nos saltamos las recomendaciones de los profesionales de la sanidad. No será por su claridad en decir las cosas, y avisar de que el colapso hospitalario está ya encima. Pero nosotros a lo nuestro: vivir lo mejor que podamos. Aquello que dijo Jean-Paul Sartre sobre que mi libertad termina donde empieza la de los demás, muchos desagradecidos lo entienden en forma de fiestas, botellones, hacer grupos multitudinarios, sin importarles que los contagios y muertes se disparen. ¿Qué hemos hecho tan mal en el pasado para que sean multitud los ciudadanos que no escuchan? Me imagino que no educar bien, por un lado, y como he dicho atrás el haber construido una sociedad tan egoísta, que ríe cuando escucha recomendaciones de distancias y mascarillas y no digamos autoconfinamiento.
Esto último, lo de confinarse voluntariamente, es ya un grito al mundo del sistema sanitario. No es verdad que consideremos tanto su trabajo, si al final las ucis hospitalarias no dejan de recibir pacientes. Reconozco que una sociedad perfecta es imposible, y además sería un auténtico peñazo que todo fuera o se hiciera de manera milimétrica. No hay nada semejante a la libertad y a creatividad. Pero cuando lo que tenemos entre manos es una pandemia y nos jugamos nuestra propia existencia, se espera mucho más del comportamiento humano, tan decepcionante en demasiadas ocasiones, y esta de ahora lo es.