Una realidad está dejando este verano al descubierto. Cada vez somos un país más populista, en el que no hay freno a prometer cosas que parecen nos fueran a salir, todas ellas, gratis, sin hacer esfuerzo alguno. Tantas bondades, lo mismo se acumulan en un periodo, que lo mismo llega un día que te las quitan todas de golpe, porque han declarado una nueva y profunda crisis económica. En este contexto, lo que cabe es esperar acontecimientos, ya que hablar ahora mismo sobre el porvenir está difícil hasta para los pitonisos.
Pero no hace falta tener una bola de cristal para comprobar que este verano se está dando bien, aunque hay que esperar a los datos de final de temporada, esos en los que el empresariado del turismo y la hostelería certifican el aprobado raspado o el sobresaliente. Un amigo hostelero me adelanta que, si bien es cierto que se nota la afluencia masiva de turistas, cuestión distinta es lo poco que gastan en sus vacaciones, ya que se aprecia en exceso que, con la cartera o la tarjeta de crédito, se echan mucho para atrás.
Por otra parte, me sería imposible relatar la cantidad de noticias triviales, ¡chorradas, para ser más claro!, que se han contado este verano, porque es mejor distraer con fiesta y menudeces, que centrarse en lo del aire acondicionado, la gasolina y el otoño complicado que viene. Todo esto no interesa que encabece los periódicos. Con todo, la gente se ha abonado a los viajes, y tirado a la calle, para festejar que hemos tenido dos años anteriores de auténtica porquería, en los que nada ha salido bien. No es que esté todo solucionado, no, ni mucho menos. Por eso se hace tan necesario distraernos en verano de guerras y otros intereses, en los que enredan los de siempre. Mucho mejor evadirnos en las playas, las calurosas noches, la fiesta y los conciertos tan esperados. De todos modos, para que no pensemos en los problemas de ahora y el día después, no hubieran hecho falta, a mi modo de ver, tanto cumulo de noticias que no han pasado de ser meras estupideces.