Cada día tengo más claro que dentro de esta sociedad de retrocesos que nos han impuesto, y que asumimos como corderitos, levantar la voz contra los excesos, más que una respuesta necesaria, debe ser una obligación ciudadana, antes de que terminemos siendo un simple número para administraciones y multinacionales. No se pueden vivir peores tiempos en lo relativo a perder derechos tan básicos como que tu banco, tu aseguradora o tu compañía energética, te atiendan como es debido. Ellos pueden llamarte al móvil o domicilio cuando les venga en gana, lo mismo a la hora de comer que en la siesta, pero tú, a ellos, no. Te contesta una maquinita a la que solo le falta pedirte la talla de pantalón que usas.
Los bancos guardan nuestro dinero, pero bien imposibles se han puesto las gestiones al no existir casi sucursales. Ya podemos andar listos, empezando por tener unos conocimientos básicos en tecnologías, para no perderse en la maraña de inaccesibilidad que ha creado la banca para poder trabajar con ella. Nadie nos ha preguntado nada sobre cambio tan radical. No se ha tenido en cuenta para nada a la tercera edad. Hay un control de tus datos personales absolutamente inaceptable. Y todo ello permitido, impulsado, tolerado por el actual Gobierno de España. Quien más debe velar por el acceso igualitario a la información, a la transparencia, a que seamos atendidos dignamente, resulta que es el Gobierno quien lo consiente. Se lo digo de verdad: no sé a dónde vamos a llegar. Estamos retrocediendo en derechos básicos, como nunca antes habíamos visto en democracia. Y hay que preguntarse cómo permitimos que nos traten así de mal, agachando la cabeza como hacemos, ante cualquier nuevo desplante que nos hacen los cobradores de la hipoteca, los créditos, la luz, el gas o la gasolina. Todas estas multinacionales ganan cada vez más dinero. No tienen sedes, personal ni gastos. Ellos, religiosamente, te pasan el recibo de lo que tengas contratado, pero ¡ahí como les tengas que contactar para algo! No te atienden; te cabreas, en realidad te agotan, que es también una forma de que las ganancias de los que así te tratan, no paren de crecer.