Hay negocios que vienen y van, especialmente si son de estos que no han dejado de proliferar por Internet, aunque la ganancia no se vea a primera vista. Tampoco es que los denominados como tradicionales o de toda la vida lo tengan ahora muy bien, y lo que les une a todos en la protesta (más silenciosa que otra cosa) es el precio de las energías que mueven sus comercios. Con el recibo de la luz, si hay un sector que puede ofrecer múltiples ejemplos de triplicarse el gasto, hay que mirar a las panaderías. En el mundo hay alguna que está cerca de cumplir los 500 años de existencia, pero esto es muy difícil de asegurar en España, donde ya han cerrado muchos negocios de este tipo. Ocurre también en Cantabria, y se anuncian ayudas para paliar el lastre energético, aunque ninguna es ni remotamente compensatoria de los vaivenes de unos precios de todo, que desde luego no miran por la supervivencia de estos autónomos.
No se trata de ser más o menos agradecido a lo que te subvencionen. Es que así no se va a ninguna parte, mientras el precio de las energías, en general, estén desorbitados y sigan subiendo mes a mes. El hecho no es preguntarse porqué salen a la calle los panderos. La cuestión es cómo subsisten con los precios de las materias primas, porque este sector en concreto sí puede ser de los más afectados por las consecuencias de la Guerra de Ucrania. Se ha querido meter en el saco a todo tipo de empresas, para no hablar de crisis económica, y echar balones fuera con Putin y Zelenski. Pero, desde el primer momento, habría que haber tenido más sensibilidad oficial con lo que les sucedía a los panaderos, porque si se destruyen negocios como estos, ¿qué no harán otros? Hasta que no se controlen los precios, todo lo que se acometa son parches. España no tiene diagnóstico económico, y cada vez que un gremio alerta de su mala situación, se sacan a la palestra los fondos europeos. Sin que los precios se estabilicen, tan solo es ganar tiempo.