Cantabria no ha podido empezar peor este año con tantos accidentes mortales de tráfico, y además por causas bien diferentes. Unos debidos a la maldita fatalidad, pero otros reabren el debate de la omisión de socorro a los ciclistas, y en otros entra en escena conducir bajo la influencia del alcohol y las drogas. Sea como fuere, personas que tenían toda una vida por delante, como el joven de Castelar, en Santander, han visto truncada su existencia por la insensatez que supone conducir un vehículo en las temerarias situaciones con las que la Policía da el alto de habitual. Sé que pedir seguridad vial total y una sociedad de comportamiento cívico ejemplar no se da ni en Suiza. De todas formas, España tiene aún mucho trabajo por delante, y eso que para mi gusto tenemos dentro del ámbito europeo una de las mejores campañas permanentes de concienciación a los conductores, de la mano de la Dirección General de Tráfico.
Quizás sean las ciudades, con tantos cambios urbanísticos y limitaciones de velocidad, las que tengan que poner más énfasis en esta mala tendencia, aunque tampoco se las puede achacar la falta de controles policiales, precisamente para escarmentar a los conductores que dan positivo en tasas de alcohol y estupefacientes. Por eso es necesario recordar. No olvidar lo que pasó en la rotonda de Corbán, y hacer lo mismo con el atropello mortal de Castelar y del ciclista de Torrelavega. La capital del Besaya ha sido, una vez más, ejemplo de ciudad comprometida, con ese millar de personas manifestándose y pidiendo justicia para el ciclista arrollado mortalmente. Raro es que no pase más en ciudades que no han agrandado, al contrario, y se pretende la movilidad de personas, coches, furgonetas, camiones, motos, bicicletas y patinetes. De ahí la debida prudencia. Porque no sabes dónde la tienes y, lo peor, el daño que puedas infringir a los demás.
La ley, por otra parte, y la pena que debiera recaer sobre conductores tan irresponsables no pone de acuerdo a nadie. Para entenderlo mejor, quizás hubiera que ponerse en la piel de las familias que pierden a sus allegados, escucharles, y ver lo destrozados que se han quedado, ya para siempre.