Sin temor alguno a caer en la exageración, el ya conocido como caso Rubiales ha dado la vuelta al mundo. La cuestión no es nada buena para el protagonista de tan repudiable historia sexista, pero lamentablemente tampoco lo está siendo para el equipo femenino de fútbol que ha ganado un Mundial, repito, un Mundial, y casi nadie, por no decir nadie, habla ya de ello. Separar las cuestiones desde el minuto uno en que el caso saltó a los medios de comunicación era harto imposible. La cuestión se centró en dos nombres: Luis Rubiales y Jenni Hermoso. En general, creo que el Gobierno, también los autonómicos, los estamentos deportivos y los clubs de fútbol, en especial, los grandes, no han estado a la altura de la gesta alcanzada. Me hubiera gustado ver más declaraciones, sobre este título, de los grandes nombres del fútbol español, desde jugadores a entrenadores, pasando por ex seleccionadores. Se está a tiempo. Porque es lo que merecen las 23 campeonísimas. Que a todo el mundo les suene sus nombres y sus caras: Aitana Bonmatí, Alba Redondo, Alexia Putellas, Athenea Castillo, Cata Coll, Claudia Zornoza, Enith Salón, Esther González, Eva Navarro, Irene Guerrero, Irene Paredes, Ivana Andrés, Jennifer Hermoso, Laia Codina, María Pérez, Mariona Caldentey, Missa Rodríguez, Oihane Hernández, Olga Carmona, Ona Batlle, Rocío Gálvez, Salma Paralluelo y Teresa Abelleira.
Ha quedado demostrado que Rubiales no sabe comportarse. Ahora todo es Federación, FIFA, UEFA, CSD, AFE, TAD, pero lo que menos se oye son los términos jugadoras y campeonas. A nivel mundial, no dejarán de vernos como un país con sus viejos tics de siempre, cuando lo que realmente cambia conceptos son las grandes gestas deportivas, como la alcanzada por nuestras jugadoras en Australia y Nueva Zelanda. Ahora es muy fácil decir que la imagen de España sale dañada por el tratamiento, desde todos los puntos de vista, de lo hecho por Rubiales. Se están ya mezclando demasiadas cuestiones que no vienen al caso, y teniendo lugar enfrentamientos que no aportan nada para eliminar de nuestros estamentos a personajes que verdaderamente no creen en la igualdad y, lo peor, no aportan nada para su erradicación.